viernes, 14 de febrero de 2014

Programación: 1986. El Jazz inaugura el nuevo Auditorio Municipal





1986 significó un salto francamente cualitativo para el Festival de Jazz de Albacete. Ese año (21 de noviembre), el equipo de gobierno del Ayuntamiento de la capital dirigido por el alcalde José Jerez  dijo adiós al Altozano, a la Plaza del Altozano, lugar desde donde, por ejemplo, en aquel emplazamiento municipal (hoy Museo) el concejal albaceteño Alberto Ferrus había proclamado en honor de multitudes la Segunda República en 1931. No sé, cuento esto por nombrar una fecha significativa de efemérides que no sea el socorrido y a veces soporífero pregón de feria (creo que hasta un conocido general militar, Francisco Franco, anduvo también alguna vez en aquel balcón de gloria).

Así, el nuevo emplazamiento del Ayuntamiento de la capital frente a la Catedral, en una plaza a
Auditorio Municipal. Jazz para niños
estrenar llena de fuentes y jardines, venida a menos, el alcalde ofrecía además a sus ciudadanos el nuevo Auditorio Municipal. Un coquetón coliseo de 560 plazas con un completo surtido de camerinos (en aquella época y visto lo visto y aquí contado, un autentico lujazo) y amplios espacios interiores. Además un nutrido grupo de técnicos propios dirigidos por el siempre eficiente y profesional Miguel Carrión iniciaba de esta manera una aventura escénica como aporte y apoyo logístico a toda esa actividad cultural que el pueblo andaba demandando desde hacía tiempo y que, como en el caso del Festival de Jazz, no terminaba de encontrar cobijo. Ni propio ni prestado. Curioso: diez días antes de inaugurarse oficialmente el nuevo Ayuntamiento de Albacete, con obispo y toda la ostia oficial, el 11 de noviembre se estrenaba igualmente el nuevo Auditorio Municipal. ¿Cómo y con qué acto?... Bingo!, con el mismísimo VII Festival de Jazz de Albacete.

Una honra no compartida por algunos concejales,  descreídos y apostólicos romanos que opinaban que inaugurar, casi literalmente, pieza tan importante del nuevo ayuntamiento con esa música de amiguetes intelectuales y bohemios no representaba ninguna alcurnia para la ciudad, mucho más disparatado el acto si además un negro llegado de Chicago iba a estrenar nada menos que el piano Steinway recién adquirido por el equipo de gobierno municipal por la nada despreciable cantidad de 8 millones de las antiguas pesetas: “Lo van a destrozar el primer día”, le comentó un concejal de derechas al alcalde. José Jerez me contó al oído aquel chascarrillo minutos antes de presentar a la banda de Illinois. Abochornado, le contesté que le dijera a aquel animal de corbata que no se preocupara, que los negros no traían pianista, que el honor iba a recaer al día siguiente en uno de nuestros más insignes músicos nacionales: Joan Albert Amargós.

De manera que ahí me encuentro, sin comérmelo ni bebérmelo, estrenando el nuevo escenario, el 
Auditorio Municipal, que tantos y tantos días de renombre regalará a la historia cultural de la ciudad: “Señoras y señores...etc., ¡bienvenidos al VII Festival de Jazz de la ciudad de Albacete!, ¡con ustedes la Chicago Blues Festival!”
Y apareció el bandón. Sin pianista, pero con tres guitarristas soberbios: Melvin Taylor, Eddie Burns y Little Joe Blue. La orquestina era una suerte tradicional de héroes del blues que se juntaban, los juntaban las agencias azarosamente cada año en otoño para venir a Europa a impartir magisterios y admiraciones, de tal manera que otros años habían venido a España bajo el mismo epígrafe gente como John Lee Hooker, Luther Allison, Jimmy Johnson (no, no, nada que ver con Robert, otro Jimmy, igual de fluido que el del pacto demoniaco) o Freddie Below. Este año, 1986, en la lotería del azar nos tocó este grupo de excepcionales guitarristas... y armonicista, porque con ellos llegó nada menos que Billy Branch, un fenómeno. Baste decir que se le conocía, bueno, se le recuerda aún, por sus colaboraciones en discos de Willie Dixon, Johnny Winter o Taj Mahal entre otros muchos. Aquel año no obstante la figura del grupo era Melvin Taylor, al que nos vendieron como el nuevo Jimi Hendrix por su manera tan espectacular de interpretar el blues (ahora recuerdo el reciente concierto en el festival de Lucky Peterson, otro chamán del género). Taylor tuvo la mala suerte de coincidir generacionalmente con Buddy Guy, Robert Cray y el mejor momento de B.B.King porque sino hubiera sido otro de los imprescindibles, aunque más de uno así lo considere. El concierto fue una barbaridad, de esos que te dejan sin resuello. Con la sección ritmica compuesta por Nick Charles al bajo y el jovencísimo batería, ya por entonces asentado en Barcelona, Julian Vaughn repartiendo estopa. El blues, hay que reconocerlo, ha tenido siempre mucho predicamento, mucha gratitud en Albacete. 
De Julian Vaughn recuerdo su posterior jam en la sala Gabinete de la calle Gaona. Nos lo llevamos allí unos cuantos, le montamos una batería (Gabinete tenía soluciones para todo. Gracias ahora y siempre Paco Eloizaga) y pasamos la noche de risas. Tiempos.

La segunda noche del festival fue el viernes 13 de noviembre. Esa fue la velada donde se estrenó aquella joya de la corona que atendía por Steinway, el piano de los lores. Y efectivamente fue un músico catalán, Joan Albert Amargós el que dio las primeras notas en aquel teclado y en el recién estrenado auditorio, previa puesta a punto por El Curro, un valenciano que ejerció de afinador del tesoro durante muchos años. El maestro Amargós llegó acompañado de la tropa mayor del reino: Carlos Benavent, Jorge Pardo y el batería Salvador Font. Es decir, poco menos que el Titanic nacional. Benavent presumía aquellos años de haber tocado con Chick Corea en su álbum Touchstone (1982). Yo me apresuré entonces a comprar aquel vinilo porque me ilusionaba verle en la contraportada, en los créditos, con lo mas granado del jazz internacional: Lenny White, Alex Acuña, Al di Meola, Stanley Clarke, Lee Konitz y, claro, Chick Corea con la participación también de Paco de Lucia. A los dos, Amargós y Benavent, les seguía desde los tiempos de Música Urbana, a quienes había visto un par de veces en Madrid cuando me dio por vivir allí unos años en los setenta. Ése día tuve la oportunidad de pagar mi deuda de fan con ellos y con el otro gran prodigio del jazz español: Jorge Pardo. Concierto limpio, exquisito, cercano a Música Urbana aunque menos catalán. En realidad interpretaron prácticamente el repertorio de Dos de Copas, el disco que los dos músicos catalanes habían presentado un año antes. El devenir de los tiempos nos regalaría a tres interpretes mayúsculos en la historia de la música contemporánea de nuestro país. Joan Albert Amargós últimamente como pianista y arreglista titular de Joan Manuel Serrat, entre otras hazañas como director de grandes  orquestas y Carles Benavent y Jorge Pardo como excelsos impulsores del flamenco especializado y unidos en varias formaciones y una no menos importante y extensa obra discográfica (ejem, Carles Benavent formó parte de uno de los últimos conciertos de Miles Davis, reflejado en el Live Montreaux del 93).  
Ni que decir tiene que la fiesta siguió después en Gabinete, rodeados de amigos y admiradores y con la batería aún instalada para Julian Vaughn que se había quedado en Albacete oliéndose el guateque.

Como la ocasión lo requería (no todos los años se inaugura un auditorio, no todos los años se inaugura un auditorio... ¡propio!. Se acababa la tiranía de la rifa del local y de los abusos de la empresa privada) para el final del programa se pensó porque se puso a tiro, en un clásico. En un clásico de los de siempre: Kenny Burrell, un prodigioso guitarrista cuyas influencias más sonoras habían sido las de Charlie Christian, Django Reindhart y Wes Montgomery... ¿falta alguien para el podio?. Burrell las aprovechó al máximo desde que debutara en la industria discográfica con un evidente Introducing Kenny Burrell en 1956 y en Blue Note. Nada menos (como el padre torero de Gila). Aunque la obra cumbre del guitarrista para mi ha sido siempre Midnight Blue (1963) con Stanley Turrentine en el saxo tenor, Major Holley al contrabajo, Bill Inglés en los tambores y Ray Barretto en la conga. Y eso que a Burrell le ha acompañado siempre la estela del sideman (el músico que está detrás de la estrella, vamos) la que consagra a los hábiles, a los seguros, a los auténticos, a los birgueros. Claro que con tan extensa discografia en solitario (aún sigue editando: el año pasado apareció su Special Requests (and Other Favorites) desde hace mucho tiempo a Burrell ya se le identifica como uno de los grandes de la guitarra... de todos los tiempos.
A Albacete llegó con Generation (1986) y con dos de sus fieles acompañantes en muchos de sus discos y conciertos, David Jackson al bajo y Kenny Washington a la bateria. Fue un concierto magistral, como una master class de muy alto nivel en clave de bebop estilizado. Una exquisitez. 

De esa noche guardo uno de los recuerdos mas vergonzosos en mi largo currículo de desaciertos. Resulta que en las pruebas de sonido, a las seis de aquella tarde, le comenté al técnico de sonido, Custodio Martínez (que ese año sonorizaba, ¡estrenaba!, el auditorio) la conveniencia de subirle un pelín el volumen al sonido general de la sala. Burrell probaba con sus músicos en el escenario y a excepción de nosotros dos no había nadie más en el patio de butacas. Como soy de los que siempre he estado acostumbrado a oír la música para reventar tímpanos a mi me parecía que aquello sonaba bajo, lo que redundaría en más bajo cuando la sala estuviera llena, algo que ya estaba confirmado por la venta de entradas. Custodio subió unas pulgadas más el fader en la mesa y ocurrió la catástrofe: Kenny Burrell paró de tocar a mitad de tema y abroncó a Custodio por subir el volumen sin su permiso. En un inglés crispado nos llegó a decir que a él (añado: que había tocado con Oscar Peterson, Dizzie Gillespie, Duke Ellington etc.) le gustaba tocar bajo para acariciar tímpanos no volarlos. Al menos eso entendimos Custodio y yo, al que lógicamente le pedí perdón por mi intromisión y por meterme en el trabajo de los demás y donde no me llaman, y en definitiva, por mamón.

Bien, al final Albacete ya tenía su Auditorio Municipal y yo acababa de recibir una master class particular, gratis, de un clásico. No fue mal balance, cáspita.


miércoles, 12 de febrero de 2014

Programación: 1985. Los Mensajeros del Jazz


Diseño cartel: García Jiménez

El Cine Carlos III estuvo libre aquellos tres días de noviembre, por lo que la aventura del año anterior, idas y venidas,  quedó definitivamente destinada al recuerdo. Lo que ocurrió en esa edición fue que aunque el listón había quedado muy alto en 1984 el encuentro anual de jazz se había convertido ya en algo incuestionable; además, los organizadores, la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Albacete y yo mismo, estábamos de subidón. No había marcha atrás.
Aún así, los recortes, los malditos y jodidos recortes de toda la vida, me habían dejado con los mismos tres millones de pesetas con que empezamos en 1980 y con los que tendría que negociar cada año hasta que en 1990 no es que llegara otro recorte, llegó el navajazo final (“Al jazz siempre vais los mismos”). Desde Madrid tampoco ayudaban mucho, por lo que tuve que prescindir de un día de concierto si queríamos ver en Albacete a Art Blakey con sus renovados Jazz Messengers. Entendí que traer al veterano batería sería una ocasión única de verle y, porqué no decirlo, cuando ya estaba en sus últimos manoteos de baquetas: “¡Su última actuación fue en Albacete, una pequeña capital del sureste español!, dirían las revistas especializadas. Afortunadamente para el mundo, y no es la primera vez que me ha pasado, me equivoqué en mis previsiones vitales y Blakey duró otros cinco años más, eso sí, con los fogones a medio gas, las puertas del cielo abiertas de par en par y los conserjes esperándole en la entrada con traje de gala.

Art Blakey
Art Blakey. Nada menos. Un tipo que había tocado con Thelonious Monk, Charlie Parker, Miles Davis, cada uno en sus mejores momentos, crecidos, abanderando la revolución bop y un tipo que se había encerrado en Newport, 1964, con otros tres baterías históricos, Max Roach, Elvin Jones y Buddy Rich ofreciendo el concierto del siglo en lo que se refiere a tambores. Un tipo que había fundado la mítica corporación Jazz Messengers, junto a Horace Silver, como una escuela de jazz, como un impecable y ejemplar liceo donde se aplicara el método definitivo para lograr la perpetuidad, como ocurrió en los casos de Freddie Hubbard, Wayne Shorter, Lee Morgan o Wynton Marsalis. Los sellos discográficos Blue Note, Impulse, Prestige... fueron su campo de operaciones habitual. Un tipo que, en definitiva, representaba a la porción reservada a la novia en el mejor trozo de la gran tarta del jazz. Eso significó para muchos la visita del gran batería Art Blakey.

T.Blanchard y los Jazz Messengers en 1985
Así que aquí le tuvimos. Con sus Jazz Messengers, claro, con sus cinco pipiolos académicos destinados a serlo todo en el jazz: Terence Blachard a la trompeta, Donald Harrison al saxo alto, Jean Toussaint al tenor, Mulgrew Miller al piano y Lonnie Plaxico al contrabajo. Y el Carlos III a tope. Una noche de noviembre, la del martes 5, de 1985. Una noche fría, con el músico algo tocado por los rigores del clima y con cierto malestar intestinal. Salió al escenario con una gabardina que solo se quitó para tocar la batería, para utilizar su increíble y eterno redoble de tambor, aquel tenue susurro que crecía hasta adquirir proporciones abrumadoras, aquel runrun imparable que disparaba a su escolania de futuras estrellas. Blakey tenía dos discos en marcha aquel año, Blue Night y On the New Tradition y otros cuantos entre colaboraciones y directos. Prolífico hasta la extenuación, yo no se cuantos albumes editó en vida, pero fue una maquina constante de fabricar grabaciones. Para contentar al personal, más que otra cosa, nos regaló un largo solo de batería que todos aplaudimos agradeciéndole el esfuerzo y la profesionalidad. Esa noche, junto a él, hubo otro protagonista, la figura discreta de Terence Blanchard, un jovencito con cara de empollón que dio una soberbia lección de be-bop y que dejó a todos asombrados. Blanchard había sustituido en la banda a Wynton Marsalis quien ya podía volar en solitario y posteriormente con sus colegas de aquella noche, Donald Harrison y Mulgrew Miller conseguiría el status que hoy tiene de figurón, ganando grammys y sonorizando varias películas de Spike Lee. Aquella noche el jazz llovió a cantaros.

La cuota nacional que ya tocaba la ocupó el guitarrista valenciano Carlos Gonzálvez, considerado esos días el número uno de España. Gonzálvez había tocado hasta entonces con todo lo mejor que se movía en el país, incluidos los residentes foráneos: Montoliú, claro, Pedro Iturralde, Horacio Fumero, Jorge Pardo, Jean Luc Vallet, Peer Wyboris, Lou Bennet, Buddy Tate, David Schnitter, etc. Al Cine Carlos III llegó con Fabio Miano de pianista, Salvador Faus de contrabajo, Paco Aranda de batería y la cantante de color Marti Mabim, algunos de ellos habituales durante mucho tiempo en las fregadas noches del Café Nido de Arte. Tradicionalista de la mejor escuela (pongamos un cincuenta por ciento de Wes Montgomery y otro de Jim Hall) ofreció un concierto exquisito que sirvió para presentar en sociedad a los acompañantes que veríamos tantas veces después en Albacete. Gonzávez es de los que no tocan, limpian la guitarra y en aquel momento fue de los que sirvió para indicarnos que España estaba sacando los codos para posicionarse en un lugar preferente en el jazz.

El jueves 7 de noviembre llegó otra vez el blues. También tocaba ya, después de la impresionante noche del Capitol dos años antes con Magic Slim. El encuentro esta vez fue con Johnny Copeland, un sureño del 38 criado a las faldas de Big Mama Thorntorn y de Sonny Boy Williamson a quien acompañó muchos años a la guitarra. Su estilo era tejano y vivió durante mucho tiempo con un latiguillo que sobre él dictó otro de los clásicos, Lightnin´Hopkins: “...Johnny puede cantar el blues tan bien como cualquiera de nosotros..., con ese bonito sonido de Texas” había dicho el bluesman. Copeland estuvo asistido por Yuses Iaucey a la trompeta , Bert Mugowan al saxo tenor (eso es blues), Kewwy Vangec al piano, Michael Merritt al bajo y Tumod Duwhite a la batería, todos como el betún. Clásico y esplendoroso, su concierto fue como una tormenta de feeling y blues del norte, de Chicago, de los que te acercan a figuras como Muddy Waters o, mejor, B.B. King. Poderoso, de esos que te hacen terminar un festival con la sonrisa y el ritmo metido en el cuerpo.
Gran tipo, simpático y cercano...y americano hasta las cejas. Cenamos en un sumidero de hamburguesas donde descubrió, puedo pensar que para el resto de su vida, la tortilla española. No tenía ni idea a qué podría saber aquello hasta que le convencí de que era una de nuestras señas de identidad gastronómica (dadas las circunstancias) y acabó comiéndose una tortilla entera, el solito, perdón: guardó un trozo envuelto en una servilleta de papel en un bolsillo de su chaqueta por si la noche se alargaba (entre grandes carcajadas). Unos años después, le vi anunciado con gran parafernalia en el Lone Star de Nueva York y estuve a punto de llevarle una tortilla para recordar tiempos.

Con Art Blakey. Camerinos Carlos III. 1985


Art Blakey murió en Nueva York, el 16 de octubre de 1990.
Johnny Copeland murió el 3 de julio de 1997

martes, 11 de febrero de 2014

Programación: 1984: Aquella extraordinaria aventura

Blue Bash by Jimmy Smith on Grooveshark
Diseño y edición: Gráficas Colomer

Sin dudarlo: una de las mejores y más celebradas fiestas que se ha dado el Jazz en Albacete y por el cartel de músicos, uno de los más completos. También un histórico del disparate y la anécdota. El V Festival de Jazz de Albacete fue toda una aventura.

La figura de Javier Estrella en el INAEM ya era determinante para la localización de grandes músicos que visitaban España esos días. En algún caso, su mediación fue decisiva y su disposición económica (las subvenciones municipales) francamente agradecidas, aunque, todo hay que decirlo, nosotros nos embroncamos más de una vez con el promotor acusándole de rata, “rata de despacho que sólo ofrecía limosnas a los pequeños ayuntamientos” y en eso del jazz, Albacete era entonces “un pequeño ayuntamiento”. Pero el listado que el directivo ofrecía para los primeros días de noviembre era embaucador e irresistible: entre otros, Gerry Mulligan, Tommy Flanagan, Jimmy Smith y Ahmad Jamal. Ahora, en la distancia, con la cordura y mesura que dan los años, sigo pensando que aquella oferta era un autentico caramelo y, por supuesto, para un festival que sólo llevaba cuatro años en danza una barbaridad. Me alegro ahora un montón de haberme tirado a la piscina aquellos días sin flotador y con sólo cuatro pequeñas lecciones de supervivencia. Pero no todo iba a estar resuelto con aquel cartelón. Faltaba un poquito de mogambo, un crujir de huesos y más de un revolcón. L'aventure, c'est l'aventure.

Y aquella aventura tuvo dos inicios caóticos:
Uno. El Cine Carlos III (empresa privada, no olvidemos) que tan buen papel había hecho en la edición de 1983, sala grande espaciosa para el ir y venir de asistentes y bailongos, un escenario impecable y voluminoso, sólo disponía de dos fechas para celebrar la organización de un festival que había contratado cuatro. La primera en la frente. Los días comprometidos con los músicos eran jueves, 1 de noviembre, viernes 2, sábado 3 y domingo 4. Pues bien, aquel fin de semana, días 3 y 4, el Carlos III lo tenía asignado con mucha antelación a Lolita Tovar y sus Vedettes Supersónicas, con la colaboración especial de Paquita la Baturra y el cómico internacional Manolito Iglesias. Lo más de lo más. No había discusión. Ante ése cartelazo que auguraba un lleno total en las cuatro sesiones contratadas (dos diarias) no había dinero en el mundo que pudiera compensar el previsible taquillazo y menos aún con cuatro negros tocando el saxofón. En unos días hubo que buscar un aforo posible para las actuaciones de Jimmy Smith, que por cierto tocaba el órgano y la del “desconocido” pianista Ahmad Jamal, que además llegaba con un negrito que le daba golpecillos con dos mazos a una gigantesca palangana de acero llamándole a aquel prodigio, originario de Trinidad y Tobago, steel drum... nada menos.
Plaza de las Carretas, al fondo el futuro Cine Carretas
La solución fue negociar con el Cine Carretas, otra empresa privada, que por aquellos días ya estaba pensando en cerrar, hasta el punto en que uno no sabía exactamente cuando iba a aquel cinematógrafo qué se iba a encontrar, si las películas anunciadas, otras improvisadas, o un candado de correccional para ahuyentar curiosos. Los propietarios accedieron ofrecer el alquiler del cine como mucho dos días, justo los que necesitábamos para aquel fin de semana histórico. De manera que, definitivamente, los escenarios se repartieron: los dos primeros días en el Cine Carlos III, los dos restantes en el Cine Carretas. Por lo visto, hasta entonces, en la mente de los municipales franquistas no había habido otra alternativa para espectáculos en Albacete que el parque de los Martires o la Caseta de los Jardinillos. A la que llegara el invierno todo el mundo al cine, pensaban.

Gerry Mulligan
Dos y chungo. Una vez que los carteles y programas ya estaban en la calle y desde la radio yo lanzaba proclamas para que estos se leyeran con atención (ya se ha contado... dos días aquí, dos días allí...) llega el batacazo del primer día, a las tres de la tarde y esperando que llegue la primera formación para la prueba de sonido con el gran Gerry Mulligan al saxo barítono, Bill Mays al piano, Frank Luther al contrabajo y Richard de Rosa a la batería. Una llamada telefónica desde Madrid a mi emisora de entonces, Antena 3, me comunica la imposibilidad absoluta de que Gerry Mulligan pueda actuar en Albacete. El célebre saxofonista de Long Island había tenido un pinzamiento en la espalda la noche anterior actuando en Tenerife que le tenía desde entonces postrado en cama sin poder moverse ni para agarrar la botella de Bourbon de su mesita de noche. Fotut. Liquidado. Inmóvil. Fuera de juego: Suspender. Sin tiempo a pensar en las consecuencias del putadón telefónico, lo primero que se me ocurre es evitar la suspensión con una sustitución de urgencia. Sólo faltaban siete horas para la actuación, las que tenía para que los madrileños me buscaran algo en la villa (ahora pienso en que la sustitución debía de ser muy grande para suplir a un monstruo como Gerry Mulligan; en caso contrario, cómo se lo explica uno a los asistentes desde el escenario sin que te caiga encima el sobrante de la última cosecha tomatera de Liétor). Esas horas, las cuatro de la tarde, las cinco, transcurrieron pegado al teléfono esperando noticias ya con el estómago algo revuelto.
Desde la oficina de Estrella me llaman por fin para comunicarme que hay una remota posibilidad de salvar el bochorno. Se trata de la macrobanda del percusionista neoyorquino Ray Barretto, un tipo que entonces se paseaba triunfalmente por casi todos los créditos discográficos del emergente Latin jazz de la Gran Manzana e incluso con intervenciones espectaculares en grabaciones de algunos de los más grandes jazzistas de la historia: Cannonball Adderley, Kenny Burrell, Lou Donaldson, Red Garland, Dizzy Gillespie, Freddie Hubbard o Wes Montgomery. El problema es que aunque la fecha del 1 de noviembre la tenía libre, precisamente por ello la banda en esos momentos estaba desperdigada por la capital del reino tratando de descansar (en el mejor de los casos) o visitando las mil delicias gastronómicas que ofrece habitualmente la capital del reino. Para una banda con muchos orígenes puertorriqueños aquello no era precisamente una esperanza de salvar el Titanic, mas bien era una amenaza de hundirlo para siempre. Con muchos ruegos y súplicas la cosa se solventó y de los catorce integrantes de la banda se pudo rescatar de los fogones y las hamacas a once músicos, incluido por supuesto la estrella, Ray Barretto. Tres se perdieron en la paz de nuestros días. El autobús con los integrantes del gran combo nuyorican llegó a Albacete a las nueve y media de la noche. A las diez montaron y a las once (media hora después del horario anunciado) comenzaron el gran show.

Las actuaciones
Ray Barretto 
Lo de Ray Barretto fue lo más parecido a la Fania All Stars que nosotros habíamos escuchado hasta entonces... en discos. Jamas habíamos vivido en directo un show remotamente parecido. Barretto había tocado sus tambores muchos años en la banda de Tito Puente, grabado con Celia Cruz y, en definitiva, era un miembro estable de la propia Fania All Stars.
 Hubo un detonante decisivo para la fiesta final que yo mismo utilicé como argucia desesperada, siempre con la obsesión de que al final pocos se acordaran, era difícil, de la ausencia esa noche de quien hubiera tenido que ser su dueño, Gerry Mulligan. Resulta que, precisamente aquel día, se casaba en Albacete una joven profesora cubana, Estela Molina, cuya familia ejercería en el futuro una gran influencia en mi y en la mía propia desde entonces. A la boda asistieron todas las gentes del lugar... pero del lugar americano. Cubanos procedentes de la misma isla caribeña, de Miami, de Los Ángeles, de Nueva York... Pensé, y no me equivoqué, que qué fiesta hubiera sido mejor para los visitantes del otro lado del Atlántico para abrir boca en el bodurrio que un concierto de Ray Barretto y su combo latino en vivo y en directo y así se lo hice saber a León, Flora y Silvia, hermanos de la novia, dándoles todas las facilidades para su acceso al Carlos III (una de las ventajas que siempre tuvo aquel bendito aforo). León, que por aquel entonces trabajaba conmigo en Antena 3, se puso las pilas y al acabar la ceremonia y los primeros agasajos se fueron todos al concierto. Llegaron tarde, pero llegaron y su entrada en el cine fue fastuosa porque en esos momentos la dinamita de Ray Barretto ya estaba servida y los pasillos del cine terminaron convirtiéndose en la celebración de un ritual caribeño de muchos quilates y como no de la misma boda, con saludo had-hoc del mismísimo Ray Barretto que desde el escenario se había dado cuenta de que aquello era algo más que un frenesí. Un fiestón. Una noche inolvidable. Un problema salvado más que dignamente. A Gerry Mulligan nunca se le vió en la ciudad. Vaya.

Tommy Flanagan Trio
Con los ánimos calmados y los problemas resueltos ya hay que señalar que el resto del festival de 1984 discurrió sólo con las benditas actuaciones de los músicos comprometidos sin ninguna incidencia desagradable. El viernes día 2 el Carlos III recibía la visita de un Tommy Flanagan imperial. Elegante y ceremonioso, el pianista ofreció un concierto soberbio. Bien es verdad que sus dos acompañantes también formaban parte de la misma estirpe aristocrática del jazz: Georges Mraz al contrabajo y Art Taylor a la batería. Con un depurado estilo lírico y melódico del be-bop Flanagan ofreció una auténtica lección de swing, una master-class delicada y sutil. Un experto en la creación de instantes superiores, acostumbrado mucho tiempo a acompañar a Ella Fitzgerald o a haber metido las manos en el inconmensurable Giant Steps del 59 de John Coltrane. Un maestro, él y sus compinches que también alardeaban de una prolífica historia. Aquel recital de bop clásico de Tommy Flanagan constituyó el sedante que uno buscaba ante todas las tensiones sufridas en los prolegómenos. Aplausos respetuosos, silencios admirativos y la sensación de haber vivido algo especial fue lo que uno recuerda a la salida de aquella distinguida sesión de jazz.

Jimmy Smith
Al tercer día... todos fuimos al Carretas. Ruinoso, con unas butacas para acomodar elefantes y un vestíbulo digno de aldea (eso sí, con las fotos de los héroes cinematográficos de los años 50 en sus paredes) nos recibió Jimmy Smith, el organista más grande de la historia del jazz moderno. Fue, en realidad, el primer músico que consideró el órgano electrónico, el Hammond, como un medio nuevo en el jazz, completamente distinto del piano y del órgano clásico, el de iglesia, y al valorizar su componente electrónico, lo hizo aceptar sin reservas en el mundo del jazz (quién da primero da dos veces). The Incredible -como se le llamaba en aquellos sus años de esplendor- estuvo sobrio y relumbrante a la vez. La única referencia en vivo que teníamos los españoles del órgano Hammond correspondió siempre al gran Lou Bennet, pero Smith había sido su maestro tutor y demostró porqué. Aquella noche del Carretas le acompañaron Terry Evans a la guitarra (otras muchas veces había sido Kenny Burrell) y Melvin Lee a los tambores (Philly Joe Jones, el del Milestones, tambien fué colega suyo mucho tiempo). Otra lección de jazz, esta vez más modernizada y de nuevo la impresión de haber asistido a algo grande e irrepetible. Recuerdo, como anécdota, el comentario de un aficionado que escribía para uno de nuestros diarios sobre el festival: “Esto de jazz tiene poco. Y además se le ve acabado”. Sí, Jimmy Smith se acercó aquella noche descaradamente a un estilo que cultivaba habitualmente, el rhythm´n´blues, y que al año siguiente le sirvió al productor Quincy Jones para introducirlo como parte fundamental del disco Bad, de Michael Jackson: el solo de Hammond del célebre tema de Jacko es del mismo Jimmy Smith. Todo aquello le lanzó de nuevo al estrellato desmintiendo categóricamente a nuestro Truman Capote doméstico.

Ahmad Jamal
En la cuarta y última jornada de aquel accidentado y glorioso festival aterrizó en el cine Carretas -la gaveta magnética- otro clásico: el pianista Ahmad Jamal, un rompedor de estereotipos, un innovador y, en cierto modo, un revolucionario del jazz. No hay discos iguales de Ahmad Jamal, no hay un estilo definido. Jamal es un vanguardista de conciencia y obra. Busca siempre instrumentaciones que rompan esquemas. Es de esos tipos que no contemplan la palabra jazz en su diccionario, sustituye el término por el de “la música del siglo XX”, como muchas veces hemos dicho. El concierto de la noche del Carretas fue así: rompedor, extravagante, abierto y, desde luego, exhibicionista. Se trajo para la ocasión a James Canmack al contrabajo, Larry Buglet a la batería y a Othello Mollineaux a la steel drums, ese artilugio antillano escuchado en infinidad de discos que antes describíamos con cierta sorna. Entregó en sus interpretaciones el álbum Digital Works (1985), que estaba por estrenar, en el que ofreció toda su gama de sensaciones personales e innovaciones. Fue un concierto exótico, africano, de una belleza extrema. Aún recuerdo su versión del Black Cow de Steely Dan. Otra soberbia lección de genio que quedaría para los anales del festival.


Ray Barretto murió en febrero de 2006
Tommy Flanagan murió en noviembre de 2001
Jimmy Smith murió en febrero de 2005

con Jimmy Smith en el Cine Carretas. Foto de Juan Carlos Gea

lunes, 10 de febrero de 2014

Programación: 1983: El Inaem se implica. Poco, pero se implica

Treme Song by John Boutte on Grooveshark
Diseño: Pepe Saz. Impresión: Minerva
En el Ministerio de Cultura español (INAEM) es contratado como subdirector un promotor con ideas y felizmente abierto al jazz, se llama Javier Estrella. Pronto organiza el Festival de Jazz de Madrid y abre seguidamente el panorama al país con generosas contribuciones (subvenciones) a los ayuntamientos. A los albaceteños nos toca la pedrea y un residuo de aire fresco entra en el raquítico presupuesto que reserva cada año la concejalía de cultura para la organización del festival. Algo es algo. Llanos Garijo y López Ariza siguen entusiasmados con la idea de organizar un festival al año y aprovechando la apertura de fronteras en la capital del reino y otras ciudades españolas, y la estrecha colaboración de Javier Estrella, la relación de músicos, americanos, internacionales, de renombre que visita España esos días se hace francamente interesante. Para los más conocidos no nos llegan las cuentas; pero bien, nos podemos defender con otros nombres que anteriormente hubieran sido prohibitivos si los hubiéramos querido contratar directamente.

Guy Lafitte
Es el caso del saxofonista francés Guy Lafitte, cuya mayor gloria había sido entrar en el grupo del bluesman Big Bill Broonzy en una gira europea hacía muchos años y haber tocado otra temporada con un tipo de mis entretelas, el clarinetista y aventurero Mezz Mezzrow (muy recomendable en las bibliotecas su "biblia" escrita "Really the Blues", con Bernard Wolfe). Lafitte vivía en Paris y allí, en su segunda época como músico, desarrolló toda su experiencia con todos sus amigos americanos que visitaban la capital francesa. Con un estilo depurado y una sonoridad cercana a Coleman Hawkins a Albacete nos llegó con André Persiany al piano, Stephane Persiani al contrabajo, Roger Paraboschi a la batería y una vocalista exquisita como Adriane West. Be-bop y blues de muchos quilates. Guy Lafitte murió en junio de 1998.

Gene Conners
Vi Red
El segundo día, jueves 10 de noviembre, la estrella fue Gene Mighty Flea Conners, un sufrido bluesman de Alabama que había recorrido toda America en plan de hombre espectáculo, como si presentara a la fiera currupea en formato de blues. Un showman, vamos. Era trombonista y, sobretodo, vocalista. Un vozarrón. Un tipo simpático que acabó sus días en Dinamarca haciéndose el gracioso a ritmo de rythm´n´blues por toda Europa. Conners presentaba a la vocalista americana Vi Red que era precisamente la estrella de la función porque cuando más plácido la escuchabas entonando algún standard sacaba del refajo un saxo alto y te quedabas a cuadros. Muy buena. El resto de la banda fueron Edgar Wilson al paino, Burt Thompson al contrabajo y Clarence Becton a la batería. Puro Nueva Orleans, con Gene Conners haciendo de "Antoine Baptiste".

Lluis Rovira
Para el último día se repitió el esquema de Big Band. La del maestro catalán, clarinetista, Lluis Rovira. 16 componentes interpretando standars internacionales, no sólo de jazz porque allí se escuchó alguna canción de Los Beatles o de Stevie Wonder. Rovira quería con esto establecer un vínculo calculado para valorar en su justa medida el papel entonces un poco menos-preciado de la Orquesta en sí, o sea, la Orquesta con mayúsculas. No era una big band de jazz al estilo clásico, aunque divertido si fue porque el público acabó bailando en los pasillos del teatro (no sería la última vez).

Los conciertos fueron en el Cine Carlos III, que esos días 9, 10 y 11 de noviembre, no recibían ninguna revista de variedades, ni siquiera la visita del omnipresente Quique Camoiras. El aforo era mayor que el del cine Capitol y nosotros cada año que pasaba estábamos más eufóricos. Por 800 pesetas podías ver las tres sesiones de jazz. Por 300 pesetas (menos de los 3 euros actuales) cada una de ellas. Cultura para todos.
 

domingo, 9 de febrero de 2014

Programación: 1982: La Noche del Blues

Walking the Dog by Magic Slim on Grooveshark
Diseño: Publicaciones Diputación de Albacete

Al Festival de Jazz ya se le esperaba en Albacete. El éxito de las dos visitas de Tete Montoliú y el excepcional impacto del grupo de Santi Arisa con Max Sunyer removieron los cimientos de una ciudad que como todas las del país se divertían esos días con la irrupción alocada y desmedida de una camada  juvenil cautivada por la fama y el glamour de rebajas en la capital de España. Ya le llamaban entonces "movida madrileña", o simplemente "la movida". En realidad era el país que salía del armario y quería enterrar de una vez por todas los fantasmas de un pasado exageradamente supeditado al militarismo machote y a esa iglesia intolerante que nos ha tocado tantos años los cojones. El jazz se colaba en provincias por la puerta de servicio y asomaba tímidamente por los escenarios y Albacete no fue una excepción. No tres, sino cuatro fueron los conciertos que se programaron en aquel noviembre, los días 8, 9, 10 y 12 y a excepción del último día, el viernes de la Jai Jazz Band, las jornadas se internacionalizaron y se abandonó puntualmente la fijación de la exquisita escuela catalana.

Jimmy Woode
El primer concierto internacional que programó la misma organización que creó el festival dos años antes, el propio ayuntamiento local, reunió al trío del bajista norteamericano Jimmy Woode, un músico con un pasado esplendoroso junto a Duke Ellington y toda la legión de celebridades que uno pueda soñar: Louis Armstrong, Miles Davis, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan y, sobre todo, Charlie Parker, con quien trabajó algunos años. A nuestra ciudad vino bajo el título The Formation, con el batería Alvin Queen que había empezado en el grupo de John Coltrane y acompañado a gente del calibre de Horace Silver y George Banson. El piano aquella noche fue utilizado por el hungaro Gustav Csik, un tipo al que había otorgado innumerables premios el jazz europeo. Bop de alto standing pues (Montoliú había puesto alto el listón) para una noche, en el cine Capitol, de la que todos salimos con la impresión de haber visto algo muy, muy serio y no del todo accesible. Jimmy Woode murió en 2005.

Louis Hayes
La segunda noche estuvo dedicada a otro grande, Louis Hayes. Batería americano nacido musicalmente bajo la escolanía de Max Roach y la graduación de Philip Joe Jones. También había tocado con Horace Silver y en 1966 su trío, con Oscar Peterson y Ray Brown, fue elegido Mejor Trío de Jazz del Mundo. Con Hayes recuerdo que los asistentes al Capitol pensamos que habíamos asistido a la parte espectacular del género: un batería con todos los registros del mundo y un grupo (Bobby Watson al saxo alto, James Williams al piano y Clint Houston al bajo) capaz de seguir a su líder a picar una zanja en el Altozano si hubiera sido necesario. Alta escuela.

Magic Slim
La tercera noche de aquel año, 1982, fue otra de esas sesiones que todos guardaremos en la memoria: el blues de la mejor escuela se presentaba en la ciudad con The Chicago Blues Legend´82. Claro, no estábamos acostumbrados a ver una sesión de blues protagonizada por una orquesta americana. Es más, muchos no habíamos visto nunca tocar una banda de rythm´n´blues proveniente del delta del Mississippi, que era el origen del líder de aquel jolgorio, el gran Magic Slim. Todo lo más parecido que había llegado yo a ver entonces había sido un británico blanco, Eric Clapton, dios, sí, pero blanco y europeo. La sesión duró dos largas horas y con el guitarrista llegaron Peter Allen, otro guitarrista, el bajista Nick Holt, la batería de Nathon Applewhite y el regalo en las voces de Big Voice Odom y otro de los grandes, Little Milton, un clásico del género al que yo tenía en algún disco como prota (con Magic Slim)  y que intuía nos iba a dar una lección del mejor y más primario blues que hubiéramos tenido la ocasión de ver en Albacete. Así fue. Recuerdo los últimos bisses del concierto, todos de pie en el Capitol, siguiendo el ritmo con palmas y vítores y recuerdo el pasillo que hicieron los músicos para despedir al respetable hasta la misma puerta del cine, con la fuente del Altozano escupiendo gin-tonics. Célebre. Un concierto inolvidable. A veces he querido repetir la escena con otras bandas blueseras y no ha llegado tanto la sangre al río. Desgraciadamente, el guitarrista Magic Slim falleció hace unos dias, el 21 de febrero.

Jai Jazz Band
El festival ése año acabó con la música del Taller de Jazz de Barcelona, repitiendo show con Josep María Farrás, por un lado como agradecimiento a su concurso inicial dos años antes y también porque el propio Farrás me había dicho que tenía un grupo, una jazz band, Jai Jazz Band, con el mejor repertorio de Nueva Orleans y eso era algo desconocido en la ciudad, lo que me decidió a probar la experiencia; afortunadamente, porque fue otra noche deliciosa de jazz originario. Los músicos en aquella irrupción "sureña" fueron Peter Delphini, al saxo y clarinete; Josep Lluis González, al banjo; Josep Vadell al piano; Xavier Ortíz al bajo; de nuevo Adriá Font a la batería; Roberto Quiroga al trombón y el propio Farrás a la trompeta. El tercer Festival de Jazz fue muy completo. Si, muy abierto a los géneros y altamente didáctico. Notable.


sábado, 8 de febrero de 2014

Programación: 1981. La memoria registrada

D'AFIDNES A MARTORELL by SANTI ARISA & LACATANS + MONTGRINS on Grooveshark



Una pena, una verdadera pena para un coleccionista compulsivo como yo, en lo que se refiere al archivo histórico al menos, no guardar el programa o cartel original de esta edición. Vaya por delante avisar que lo que aquí se reproduce como tal no es otra cosa que un remiendo, montaje o salida simulada, "en diferido" vamos: que yo mismo lo he adulterado a fin de completar la colección de los mismos que guardo con verdadera devoción.
(PD. Ni que decir tiene que sería de un enorme agradecimiento por mi parte si alguien que conservara el original, eso si que es gusto por la historia, tuviera la suficiente gentileza de hacermelo llegar por cualquier sistema moderno partiendo, por ejemplo, de un simple comentario al pie de esta página)

Vayamos a escarbar memorias, con todo lo que conlleva darle a la pelota a ciertas edades y el riesgo de patinazo que tal esfuerzo supone aunque, todo hay que decirlo, mi ya mencionada devoción por los benditos archivos me enfrenta hoy a las grabaciones, entrevistas, que hice en su día para mi programa de radio, Aeroplano,  a los artistas protagonistas de esa edición, Tete Montoliú y Santi Arisa, lo que me permite entrar con cierta holgura en algún que otro detalle.

Tete Montoliú
Dada la enorme repercusión que obtuvo en los ambientes culturales de la ciudad la exquisita actuación del maestro Montoliú en la primera edición, el mismo equipo que impulsó la organización de aquellas primeras jornadas otoñales de 1980 repitió el acontecimiento, esta vez ya otorgándose el derecho a titularlo II Festival de Jazz de Albacete, para lo cual se volvió a llamar al famoso pianista catalán, reclamo supremo  para los aficionados, sobre todo para aquellas ochenta personas, aproximadamente, que habían vivido la recordada noche de la Casa de la Cultura de Isaac Peral ("Yo tampoco he olvidado la actuación del año pasado", me decía un año después Montoliú).

Entusiasmados por el eco de la susodicha sesión se pensó trasladar el escenario a otro de más tronío y, sobre todo, aforo: el Cine Capitol, aún entonces sala histórica cinematográfica en la capital si bien con una reciente remodelación moderna realizada por los dueños del cine que incluía un pequeño escenario (el que ahora mismo sobrevive y que sigue utilizando la Filmoteca de Albacete). Allí volvió Tete Montoliú una tarde de otoño pero en esta ocasión con el ánimo más fluido y alborozado. Le recuerdo entre bastidores con loas apasionadas al Barça que esa misma noche se jugaba algo en Europa y con chistes de muy mal gusto para un madridista de nación como yo que buscaba la provocación y el estimulo animoso.
El maestro vino con el mismo bajista del año anterior, Manuel Elías y la colaboración de un baterista de lujo: Peer Wyboris. El concierto significó otra lección magistral del pianista que nos confesaba estar en mejor forma, aún, que el año anterior. Y eso que por aquel entonces eran contínuos los rumores de que Montoliú se retiraba: "El año pasado estaba muy cansado, agotado física y emocionalmente y necesitaba descansar. Descansar. Si me retiro del jazz de qué voy a vivir", confesaba enérgicamente (esta entrevista fue publicada en un diario nacional precisamente ante los insistentes rumores de su retirada). Dicho y hecho, el pianista salía al día siguiente rumbo a París camino de otro de sus exitosos conciertos.

Con Santi Arisa

El día anterior, el Festival acogíó a otro grupo de renombres: Santi Arisa y su combo. El batería catalán ya era famoso por su actitud camaleónica ante el jazz. Un día acompañaba a algún clásico, otro se montaba un concierto con Tribu, su numerosísimo grupo catalán ("De dónde sacas mis discos con Tribu, yo sólo tengo uno y se lo regalé a mi hermana", me decía escandalizado por la estrechez de recursos de su sello discográfico Emi-Odeón, nada menos -el sello español de The Beatles), otro componía la música de una película ("Tres por cuatro" con Sisa y Pau Riba) y otro día se juntaba con cuatro colegas e interpretaba la fusión del jazz. Esa noche albaceteña, los colegas de Santi habían sido Luis Vidal, un formidable pianista realizado en lo que todos llamábamos entonces la New Age; el bajista Lluis Martí, compañero de Tribu y otras aventuras y la participación exclusiva del guitarrista Max Sunyer, un caramelo para los rockeros albaceteños seguidores de Iceberg o Pegasus, aunque en este último grupo su reclamo jazzístico era mas evidente. El repertorio fue por tanto variado y acorde absolutamente con la heterodoxia del batería: algo de Miles Davis o Wayne Shorter, el "Dimenge" de
Tribu y una excelente versión del tradicional catalán "Reflexions", música a la que el propio Arisa era tan devoto. Por supuesto Max dejó alguna impronta de su repertorio con Pegasus. Recuerdo que para el show Santi Arisa se había chutado un tentempié de fabada a la manchega que nunca comprendí qué efectos le reportaría en el sillín del batera poco después. "Tenías razón, se me ha subido el tocino al antebrazo", me dijo al terminar.

La banda: Luis Vidal, Max Sunyer, Lluis Martí y Santi Arisa

viernes, 7 de febrero de 2014

Programación: 1980. Aquella noche con Tete en la Casa de Cultura...

Lament by Tete Montoliu Trio on Grooveshark

Otoño de 1980, la concejal y diputada socialista del Ayuntamiento de Albacete Llanos Garijo atiende las insistentes peticiones del concejal del Partido Comunista, José María López Ariza, con quien ya antes yo había contactado, para organizar unas jornadas de jazz que se celebrarían en la Casa de la Cultura de la calle Isaac Peral, como signo evidente, entre otros muchos, de que el cambio político-cultural de la ciudad debía de ser un hecho palpable una vez ganadas las primeras elecciones democráticas en Albacete por los grupos socialista y comunista con suficiente mayoría. Las conmemoraciones del 18 de julio, Demostración Sindical del 1 de mayo en el estadio Carlos Belmonte o los Juegos Florales en el Parque de los Mártires habían quedado definitivamente archivados para el infausto recuerdo de un país, España, ocupado militarmente por el General Franco desde 1939. Entre otras muchas realizaciones municipales, la música de jazz se incorporaba pues, oficialmente, al vademécum de cambios de aquel entusiasmo cultural que solicitaba la ciudad tras tantos años de nacional-catolicismo.

1980. I FESTIVAL DE JAZZ

Diseño cartel: Ricardo Avendaño

Sin pensar, ni mucho menos, la repercusión y perdurabilidad que tendría el festival a lo largo de los siguientes años, para aquellas jornadas se bregó apasionadamente por traer a Albacete al mejor músico de jazz que existía en España entonces, el maestro Tete Montoliú (aún vendría dos veces más). Y en el colmo de la locura organizativa se decidió ampliar hasta tres días la verbena jazzística. Jazz Five, el quinteto de Josep María Farrás y el sexteto del pianista Conrad Setó completaron la programación del tercer piso de aquella inolvidable Casa de Cultura. El cartel del festival lo realizaría el artista Ricardo Avendaño, por aquel entonces en uno de sus momentos más creativos. Ricardo hizo una pequeña joyita que algunos conservamos como oro en paño.

Tete Montoliú

Aquel 29 de octubre,Tete Montoliú, que para aquel entonces ya había bregado con Lionel Hampton, Roland Kirt, Elvin Jones o en los mejores clubs neoyorquinos, se trajó a Manuel Elías como bajista y al batería Alda Gaviglia. Aquel 29 de octubre pasaría a los archivos emotivos del festival como una de sus grandes e inolvidables noches (fue tal el éxito de la sesión de tarde que hubo que repetir). El maestro catalán pasaba por una mala época sentimental y pese a su buen humor habitual, aquella noche nos confesó entre bastidores estar algo deprimido, lo que nos mantuvo algo inquietos a la organización  a lo largo de su actuación, por otra parte limpia, exquisita, brillante, como siempre. Al final, en el bis que obsequió a los presentes, no mas de ochenta aficionados (llena por supuesto la planta), confesó públicamente su deterioro emocional y quiso dedicar a la autora de aquel estado taciturno (su propia pareja) un último blues. La interpretación fue desgarradora, envuelta en un silencio sepulcral, cómplice, doloroso. Al finalizar, entre los cinco minutos de aplausos y ánimos se pudo observar mas de una lágrima entre los presentes. Fue un concierto para la posteridad. Sí, aquel 29 de octubre de 1980.

Josep María Farrás
Como se ha dicho el ciclo lo completarían, un día antes, el quinteto Jazz Five con el trompetista Josep María Farrás como lider, Farrás era un alumno aventajado de Clifford Brown y estuvo acompañado al saxo alto por Joan Albert; Josep Puigbo al piano; Xavier Ortiz al bajo y la batería de Adria Font. Y un día despues de Montoliú, con el corazón aún sobrecogido por la última sesión del maestro, el piano y acordeón de Conrad Setó estuvo acompañado por los vientos de Liva Vilabechia; el violoncelo de Jaume Güel; la flauta de Miquel Dalmau; los teclados de Asunció Caihuelas y la batería de Josep Maria Ciria. Dos conciertos excelentes que manifestarían sobradamente el importante momento que pasaba entonces el jazz catalán.

Conrad Setó
                                                               

miércoles, 1 de enero de 2014

Historia del Festival de Jazz. Año por Año




En esta página condensamos, prácticamente,  toda la historia del festival de jazz en Albacete. Toda. Cada uno de los programas realizados con sus correspondientes carteles y autores presentados. Su germen y elaboración. Su desarrollo. Sus protagonistas o también la gente que pasaba por ahí. Su ficha de identidad histórica. Sus leyendas, cuentos, fabulaciones... una suerte de encuentro abierta a la evocación de la aventura que supuso, en muchas ocasiones, la ilusión y la pasión frente al dique de la indiferencia y el desconocimiento. También, en bastantes casos, la limosna al voluntarioso: "El jazz en Albacete sólo os interesa a unos cuantos amiguetes, no nos engañemos, siempre van los mismos." (Llanos Moreno, concejal de cultura del Ayuntamiento de Albacete en 1989). En otros, más emocionantes, el ánimo y la ayuda desinteresada. En realidad, el Festival de Jazz de Albacete ha significado la propia historia del género en nuestra ciudad, con todo lo que eso significa en estos excitantes tiempos actuales.

                                                                                                                         
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